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El muerto que mató al vivo

Revista n, número 10. Solstici d’estiu del 2005.

Versión de: Matilde Magdalena Coello

“Mi versión ha partido de una anécdota extendida durante muchos años en la isla de La Gomera. He optado por situarla en la época de la conquista pero igualmente podría realizarse en cualquier época histórica.”

Tinguaro recorría cada día La Gomera de Chipude a Agulo. Beneharo recorría cada día La Gomera de Agulo a Chipude. Iban con su rebaño de cabras, su zurrón y su gofio para comer. A mitad de la jornada atravesaban el monte del centro de la isla y allí se cruzaban en el camino. Después de muchos días de acontecer esto que cuento, un mediodía, confundida con los rayos del sol, entre la maleza apareció una mujer de belleza y talante tan especial que hacía pensar en diosas, ninfas, o brujas…Los hombres quedaron prendados de la muchacha que fue acercándose a ellos hasta quedar entre su ganado. Allí les habló del camino, de la isla y parecía conocerla palmo a palmo, pueblo a pueblo. Así fue como la muchacha ese día y todos los que siguieron, derramaba su ternura sobre ellos. Se deshacía en simpatía y fue ganándose su confianza.

Tinguaro y Beneharo esperaban anhelosos el momento del encuentro y no hubo días de fiesta ni hubo dolencia suya o ajena que los hiciera abandonar su rutina de cada día. Terminaron por olvidar la excentricidad y extrañeza de la mujer y quisieron convertirla en una mujer humana, invitarla a las fiestas, cortejarla, quizás hacerla su mujer. Entre ellos fue naciendo la rivalidad, ambos soñaban con ella.

La mujer, sabiéndolos en ese estado, adelantándose a ellos, les habló en el mismo monte:

–Sé que Tinguaro quiere llevarme a vivir a Chipude y sé que Beneharo quiere llevarme a vivir a Agulo. También es sabido que desembarcó en la isla Cristóbal Colón y de aquí pretende partir a América. Aquél de ustedes que embarque con él y vaya a hacer fortuna en América, al regreso se hará mi marido y yo me haré su esposa.

Tinguaro y Beneharo repartieron su ganado, acomodaron sus familias y se encontraron en el monte, a medio camino de ambos para caminar hasta La Villa y embarcar a América pero a Tinguaro le pudo el amor, le pudo el miedo o le pudo el odio, el caso fue que cogió una piedra del sendero y en un descuido de Beneharo fue a dar en la cabeza de éste que quedó tendido, sangrando, muerto. Tinguaro como pudo enterró su cuerpo y con una liana unió dos palos a modo de cruz sagrada. En seguida embarcó para América y el sueño de amor lo salvó de la desesperación por lo largo del océano, la ingratitud de las enfermedades que su cuerpo no conocía y las calamidades de un mundo hostil. Pasados dos años pudo embarcar de regreso a Canarias.

Tinguaro llegó a la isla una mañana de sol. No atendió a bienvenidas ni abrazos de familia y amistades. Corrió hasta el monte para encontrarla a ella. Por el sendero recordó a quien no había olvidado en todo el tiempo. Pensó buscar a ver si todavía estaba. En el mismo punto los restos de su cadáver. El viento había desenterrado la cabeza. Contrariado por la presencia aún de su delito, cogió su lanza de saltar los montes y golpeó la calavera para partirla en dos. El astia quedó clavada en el cráneo. Nervioso movía bruscamente el palo para soltar la calavera, que después de muchos esfuerzos salió despedida y el impulso del astia lo llevó a clavársela en el pecho en una penetración mortal.

Tinguaro quedó tendido en el suelo junto a los restos de Beneharo y antes de morir, asegura la leyenda que la última visión para sus ojos fue la imagen de la muchacha del bosque que se le acercó tan brillante como el mismo sol y miró al cadáver y al moribundo con ternura infinita.

Desde entonces y sobreviviendo a los siglos, en aquel lugar del bosque de El Cedro, entre la laurisilva hay un cruce de caminos con una cruz de madera y un texto incrustado en ella:

Aquí está la cruz amigo
donde el muerto mató al vivo