De viaje por una contada de cuentos
Diego Parra Duque
Una de las cosas que no me dejan de maravillar de este oficio tan antiguo y tan moderno es la sorpresa que me llevo en cada función al sentarme en el asiento y comenzar a narrar historias. Es que este momento en que uno conecta con una especie de presente multidimensionado es una experiencia que se mueve entre el asombro y la magia, tanto para el público como para el cuentero. Es allí donde me vuelvo niño, viejo, inocente, sabio, viajero, piedra y agua al mismo tiempo, y me siento como el dueño de una nave en la que puedo llevar a toda una multitud a donde yo quiera. /
Existen momentos mágicos en todo esto: desde aquellos primeros cinco minutos de contada en el que ves al frente a una multitud de guerreros con los escudos altos, contra los que tienes que luchar. Sí, literalmente: luchar. /
Por lo general allí intento entrar con una actitud de completa vulnerabilidad, de vacío total, de guerrero pacífico, dejo que las palabras me lleguen con total sinceridad, intentando mostrar a los oyentes que vengo a bajar barreras, a establecer complicidades. Para ello, suelo utilizar el humor y la música, las anécdotas, la oralidad en su versión más pura. /
Pues sólo así puedo mostrar que todos estamos en el mismo barco, en la nave de la imaginación que se rescata noche a noche en cada contada, que contar es conversar y remendar recuerdos casi perdidos. La manera como nos narramos es la manera como vivimos. /
Luego aparece el momento de complicidad, de amistad, de risas o sorpresas colectivas, a veces llantos, de raíces que se unen por debajo de la tierra. Ya pasaron esos cinco minutos de lucha, las quijadas se suspenden, las bocas se abren, y comienza a manar una especie de humo invisible que está lleno de magia, que pasa por debajo de los asientos y las mesas y que yo no produzco; más bien, permito que se produzca. Es algo que todavía no puedo poner en palabras: es como si nos fuéramos conectando todos, como árboles, por debajo del consciente. Todo se vuelve viaje y magia, futuro y pasado se unen, y en mi asiento paso de ser el observado a ser el observador. /
Entonces intento trenzar las historias, dejar que me lleguen las que tengan que llegar esa noche, porque estoy convencido de que las historias nos habitan cada noche, nos llegan, en una especie de visita amigable y extraña, sorpresiva. Voy tejiendo energías que pasan entre la gente, algunas rastreras y cómicas, otras densas y transformadoras, y entonces todo cabe en el escenario: canciones y rimas, cuentos de profundas simbologías, palabras que hacen reír y otras que ponen a pensar o que emocionan. /
Luego viene un momento complicado. El de los últimos cuentos. En ese instante tenemos el ego agrandado y, claro, queremos seguir haciéndonos querer en escena. Ahí es donde dejo por lo general historias más serias, de mayor carga simbólica, cuentos de esos que pueden cambiar a las personas. /
Bruno Bettelheim decía que los cuentos le dan herramientas al inconsciente de las personas para comenzar grandes cambios. /
Y luego, lo más difícil: bajarse del escenario a tiempo. Allí siempre me acuerdo de mi abuela Felisa que tenía veintitrés hijos y solía decir: ” hay que saber parar… “/ En ese momento trato de recordarme siempre lo mismo: es mejor que el público salga con más ganas de escuchar y contar historias, a que se sienta cansado. Pienso que las verdaderas historias no las cuento yo. Me las cuentan justo al bajar del escenario. Entonces un viejo me dice: “… tu abuelo me recuerda a mi tía que jugaba dominó en la plaza del pueblo…”, o un universitario me secretea “…yo también tengo un tío sepulturero” o… “te regalo este epitafio”… o una mujer de ojos grandes me dice: “¿te sabes esta copla?”. Entonces aquí me doy cuenta que logré mi objetivo: pues puedo advertir que el público se convierte, por escasos momentos en el genuino contador de historias. El arte, en últimas, es para que la gente piense que lo difícil es muy fácil, esconder la técnica para mostrar el corazón. Como cuando los que salen de una función de baile salen bailando así no sepan, sé que logré algo que vale la pena cuando los oyentes de cuentos salen sintiéndose cuenteros por escasos momentos, en una nube maravillosa y entusiasta que se disipa lentamente. En ese momento, sólo me queda escuchar y agradecer, y ¿porqué no ? recordar una de aquellas historias para ponerla en la sala de incubar hasta que crezca y esté lista para una próxima batalla. /
Diego Parra Duque
Revista N. Núm. 2. Primera època. De boca a orella. Any 2001. pp. 2-3