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La vida de los cuentos. Inongo-vi-Makomè

La vida de los cuentos por Inongo-vi-Makomè

Recordar el pasado es a veces como sentarse delante de una ventana y contemplar todo lo que va desfilando ante ti: personas, animales e incluso el tiempo.

Esto es lo que me pasa a veces, cuando ya en plena madurez y desde mi exilio voluntario y prolongado en Europa, recuerdo mi niñez y adolescencia en mi aldea, Lobè, en el sur de Camerún.

Los tiernos recuerdos de esa época se basan sobre todo en los baños en el río y en el mar; la vida en la escuela misionera; los juegos en la playa que hacía de parque; los bailes eróticos y sobre todo las narraciones de cuentos en los patios alumbrados por la luna que en ese momento se convertía en una auténtica diosa…

Los cuentos se narraban de noche y en medio de un gran silencio, roto solamente por el ruido de las olas en la playa cercana o por la súbita invitación de cualquier oyente al canto, interrumpiendo momentáneamente al narrador, o de vez en cuando por el canto de un búho en un árbol lejano, que contribuía a aumentar el miedo de los más pequeños, porque la presencia de los búhos en la cercanía de los poblados suele explicarse en algunas de nuestras culturas como la metamorfosis de personas malas (brujos) para hacer daño a las otras personas.

Nunca hasta ahora comprendí por qué los cuentos en muchas partes de África negra sólo se narraban de noche y nunca de día. Las explicaciones que nos daban no aclaraban nada. Sólo ahora mirando a través de esa ventana mía, privada e individual, comprendo y apoyo esa elección del tiempo: las noches encierran misterios diversos, lo mismo que los cuentos y las diferentes situaciones que pasamos en sueños cuando luego vamos a dormir. Cada cuento contiene elementos diversos que simbolizan las distintas facetas y realidades de nuestras vidas.

El narrador de mi pueblo antes de empezar su relato, parecía que se preparaba para emprender un viaje, recurría primero a un viejo rito que consistía en pedir permiso a los oyentes: “buwa bu iyano bu bembe”(el tiempo del cuento no tarda). Los oyentes se lo otorgaban en coro pero limitándoselo: “Bò bemba´a…”(también tarda). Después de esta autorización el narrador empezaba el relato de la historia anunciando: “Me fui a un país…., o un día…”, todo lo contrario del contador europeo que empieza siempre diciendo: “Erase una vez…”, porque según he sabido después, el contador europeo cuenta una historia pasada y lejana que se pierde en la noche de los tiempos, por eso usa un pasado lejano.

El narrador de mi pueblo, por contra, así como el negroafricano en general, cuenta una historia de la que pretende haber sido testigo o vivido personalmente. Por eso en algunos momentos del relato un oyente espontaneo le para e inicia una canción que inmediatamente es interpretada por todo el grupo. Una iniciativa que pretende animar al “narrador viajero” en su duro y a veces pesado viaje. Cuando por fin llega al final, se despide con estas palabras: “Así les he dejado y así he venido tal como me veis…”

Tardé mucho tiempo en comprender el empeño de nuestros narradores en querer avisar antes sobre la edad o el tiempo de los cuentos; en insistir aunque sin decirlo, sobre su presencia en los hechos que iban a narrar… Lo he comprendido cuando por fin he descubierto que los cuentos, aunque sus mensajes van camuflados en símbolos y metáforas, son historias que revelan la realidad del tiempo en que cada creador le ha tocado vivir. Las metáforas y los símbolos sirven para engañar y despistar al censor del momento, a Dios, a los dioses, a los espíritus o a cualquier tirano de la época para así evitar su posible venganza.

Ningún argumento contenido en la historia de un cuento ha desaparecido ni ha dejado de existir como tal: el amor fácil y el amor imposible; la alegría y el dolor; la tiranía del dominador sobre el dominado; el hambre de muchos y la abundancia de pocos; la crueldad y la bondad; el listo del momento y del lugar con su correspondiente tonto; el ambicioso y el conformista… Todos estos personajes y factores están siempre presentes y acompañan al ser humano a lo largo de su existencia. Por eso los héroes de los cuentos africanos son normalmente los animales pequeños y débiles de nuestra fauna: la tortuga, la liebre, el camaleón… que, a pesar de sus diminutas estaturas y reducidas fuerzas, consiguen mediante astucia, paciencia y a veces trabajo en equipo, enfrentarse a los animales grandes y vencerlos.

También he comprendido que cuando los viejos nos contaban estas historias nos intentaban inculcar la idea de que a lo largo de nuestras vidas cada uno de nosotros o el conjunto de nuestra sociedad podría encontrarse en cualquier situación donde tendría que librar batallas parecidas a las que libran estos animalitos de los cuentos, por lo que habría que actuar siguiendo su ejemplo. Cuando escuchaba esos cuentos creía que los viejos narradores querían solamente divertirnos o asustarnos con historias extrañas. No me imaginé entonces que nos estaban describiendo una especie de Constitución. Una Constitución que no abarcaba solamente las reglas de nuestro pueblo, sino la de todos los pueblos del mundo donde encontramos la historia de la humanidad entera, porque en los cuentos están almacenadas todas las leyes y la realidad de la vida.

Sin amargura ni rencor, tanto el creador como el narrador del cuento llegan siempre al final de cada historia insinuándonos una solución. Nunca obligan a nada, tan sólo aconsejan… No he dejado de pensar que los dos son como cuando, de pequeño, mi abuelo me llevaba a pasear al bosque o a la playa, y si a veces me quedaba atrás y él seguía adelante, oía que me advertía: “Ten cuidado cuando llegues aquí, hay un hoyo o una ramita con espinas…”, luego continuaba. Yo era libre de hacer caso o no cuando llegaba a ese lugar de peligro que me había señalado, evitaba el hoyo o saltaba por encima de la ramita de espinas. Otras veces pasaba todo lo contrario: no retenía la advertencia y pisaba las espinas o caía en el hoyo.

El descubrir la grandeza de los cuentos me obliga a no cerrar ya del todo la ventana donde transitan los recuerdos de mi niñez, influido posiblemente por el largo exilio. Pero no mantengo esta ventana entreabierta para volver a esa época pasada, algo por otra parte imposible en el momento actual. La luz eléctrica ha matado sin piedad alguna las noches oscuras y las de la luna; la música de los tocadiscos ha expulsado el sonido de los tambores y el relajante ruido constante y monótono de las olas y de las cataratas del río; las siluetas de los bananeros, cocoteros y de los árboles de mangos que se transformaban en fantasmas y albergaban los espíritus de los antepasados también han desaparecido, lo mismo que los niños que jugaban y escuchaban los cuentos en los patios. Las series de televisión han sustituido a los viejos narradores.

Mi interés por los recuerdos del pasado es para poder decirles tanto a los niños como a los mayores, que los cuentos, sean de la cultura que sean, y sus imágenes, que unas veces nos divierten y otras nos asustan, albergan símbolos que representan la realidad de la historia del mundo y del hombre en la tierra…

Revista N. Núm.1. Primera etapa. De boca a orella. Any 2000. pp. 3-6