El oficio de payaso.
Merche 8A
Hoy en día existen muchas razones diferentes por las cuales hacer un curso de payaso, todas ellas igual de respetables: ocio, curiosidad, socializarse, desinhibirse, y un largo etcétera. Innumerables también son los lugares donde hacerlo: centros cívicos y culturales, asociaciones y escuelas. Pero, ¿y si es más que una afición y se quiere uno dedicar profesionalmente? ¿Qué pasa cuando la inquietud de aprender la profesión de payaso aparece? ¿A dónde dirigirse?
Actualmente, es muy difícil aprender los oficios como antes, cuando el periodo de aprendizaje, consistía en el estudio práctico «del arte u oficio», bajo la tutela de un maestro artesano, que, a su vez, había adquirido este título por la práctica pública de su trabajo, por su manejo y desenvoltura en la materia desempeñada y había sido reconocido como tal por su gremio públicamente. El aprendizaje era un tiempo obligatorio por el cual el aprendiz ingresaba en el gremio correspondiente y en su jerarquía. Una vez completado este periodo (alrededor de siete años, aunque según las leyes de cada país, podía variar un poco), el alumno se convertía en oficial, entonces ejercía el oficio de forma profesional, pero no era maestro todavía. En el ámbito del circo tradicional sucede algo parecido, los números y las especialidades a menudo pasan de padres a hijos. La profesión se aprende en el ámbito de la familia, pudiendo a veces ver en la pista, hasta tres generaciones trabajando juntas, perpetuando así el nombre de la trouppe y la especialidad. Aunque también es posible que en una familia de trapecistas aparezca un payaso o un malabarista, es habitual encontrar familias de larga tradición circense dedicadas a la misma disciplina, como la saga de los Fratellini, etc.
Otra enorme ventaja del circo es que permitía al artista invertir casi todo su tiempo en perfeccionar sus números y contrastarlos con el público con una frecuencia casi diaria, lo que lo convertía en un ámbito idóneo para el desarrollo de los artistas y sus números, y propiciaba la especialización. Los payasos podían perfeccionar su repertorio de «entradas» y convertirlas en auténticas piezas de arte. Puede que sus repertorios no fueran muy amplios, pero sí de gran calidad.
Hoy en día no es sencillo entrar a trabajar en un circo tradicional, si no perteneces a ese mundo y mucho menos que un payaso reputado tome aprendices. La fórmula del maestro aprendiz ha caído en desuso.
El otro terreno natural para el payaso es el teatro, pero al igual que en el circo su realidad y necesidades han cambiado. Hacia el 1830 se origina en Londres el music hall (musical de salón o café teatro) que debe su razón de ser a que los teatros tenían los derechos exclusivos para representar dramas, y las grandes tabernas que entonces estaban de moda montaban escenarios en los patios, colocaban capas de paja para asiento del público y se ponían sillas a los lados del escenario para los parroquianos distinguidos que pagaban aparte, y se podía fumar, algo bastante nuevo.
Ante tanta competencia, las salas de music hall se vieron obligadas a ofrecer representaciones diferentes de naturaleza picaresca, burlona y atrevida. Además, en estos locales, se podía fumar, beber e incluso comer durante la representación, así que no tardaron en ganarse al público que no dudaba en elegir al music hall frente al «teatro antiguo» y a la incomodidad de las tabernas, y empezaron a programar las salas atendiendo los gustos del público, teniendo así que seleccionar y gestionar los números.
El music hall se convierte en un negocio próspero y se crea un circuito estable donde los géneros artísticos se mezclan; la variedad abarca circo, bailes, títeres, payasos, músicos, cantantes, etc. Los cambios de escenografía entre números de mayor infraestructura se llenaban de actores que mediante monólogos o diálogos chistosos daban al espectáculo continuidad y agilidad. Este circuito genera trabajo y posibilidades para artistas de todo género que florecen en un momento en el que la relación con el público es sana y constante.
Hoy el music hall, como sala que acoge a diferentes nú- meros, especialidades y artistas, no existe. Podríamos considerar los cabarets y varietés como sus descendientes más directos, pero ahora son espectáculos de compañías independientes y no teatros o salas en las cuales poder ofrecer los números, así que ya no recogen como antes un caleidoscopio de disciplinas, ni son un circuito donde los artistas pueden mostrar sus números. Eso obliga a los payasos a crear espectáculos completos, la estructura dramática se complica necesariamente, lo cual requiere de otras herramientas diferentes de las utilizadas para las «entradas» de circo o los números cortos de varieté.
Este nuevo formato requiere articular el trabajo con una dramaturgia más elaborada que la que exige el número, y el payaso se ve obligado a alimentarse de las herramientas del teatro para poder estructurar y armar sus espectáculos, tal y como hoy se conciben.
Por un lado, debe ampliar su estructura dramática y por otro abandonar (evidentemente no siempre) ciertas disciplinas circenses que van acompañadas de un aparataje técnico que los teatros no siempre tienen posibilidad de acoger debido a su infraestructura técnica. Un trapecio, un mástil u otros ingenios del mundo circense tienen difícil cabida en las salas de teatro.
La capacidad de adaptación al nuevo ámbito laboral, propicia el intercambio con otras disciplinas más «de pie a tierra». Pantomima, danza, entre otras, y naturalmente el teatro.
Otro espacio reconquistado por los payasos, es la calle. El teatro callejero ha existido siempre, desde antes de la fundación de la primera calle y, excepto en momentos puntuales de la historia, casi siempre asociado al humor. Saltimbanquis, trovadores, juglares, cómicos de la legua, hicieron de la calle su escenario y tuvieron su época dorada en el medioevo. Actualmente la calle vuelve a ser tomada por artistas diversos: titiriteros, equilibristas, cuentistas y, como no, también payasos, entre otros muchos, y de nuevo la calle es un espacio artístico asociado al humor. Pero este terreno también tiene sus propias peculiaridades, desde la acústica a la iluminación, que obligan al payaso a adaptarse.
El payaso evoluciona y se adecua, convirtiéndose en un híbrido, a caballo entre el circo y el teatro.
Las inquietudes de los creadores y del público cambian, y esto hace que las temáticas de sus números sean diferentes, se actualicen. La nueva realidad laboral exige al payaso ampliar su repertorio y su duración. Ha pasado de las «entradas» a espectáculos completos; de perfeccionar un número durante años, a tener que presentar espectáculo nuevo cada poco tiempo para poder seguir trabajando. Los circuitos laborales también han cambiado y el público que antes disfrutaba viendo a un clown una y otra vez ahora raramente acude a ver el mismo espectáculo en más de una ocasión. Con todos estos cambios, la necesidad de tener un lugar en el que entrenar, formarse y poder rodarse delante de un público es cada vez más acuciante.
Por eso las escuelas, tanto las de circo, como de teatro, ya que en ambas se puede estudiar el arte del payaso, suplen de algún modo las necesidades de los artistas noveles, proporcionándoles una plataforma donde aprender y estar en contacto con lo que será su profesión. Vienen a sustituir el ámbito familiar donde antes crecía el artista, dándole un espacio donde compartir con otros aprendices, formarse técnica y artísticamente y posibilitándole los primeros encuentros con el público. Aunque, lamentablemente, las escuelas no tiene la posibilidad de que sus alumnos tengan suficientes funciones, clases abiertas, en definitiva, oportunidades de mostrar y probar su trabajo ante el público, como para que lleguen a adquirir lo que llamamos «tener tablas».
Nos encontramos con grandes cambios en el entorno: de la pista al escenario o a la calle. Con un público que tiene muchas posibilidades de consumir ocio fácil y rápidamente, que exige ver cosas nuevas que le sorprendan y le cautiven.
Los payasos se adaptan al mercado, buscan recursos en otras técnicas. Las barreras entre las disciplinas son cada día más flexibles y eso es enriquecedor. Hace que los artistas sean multidisciplinarios y polifacéticos, aunque esto también entrañe riesgos. La fusión puede crear confusión. Porque ni todos lo payasos son para niños (concepto muy arraigado en nuestra sociedad), ni todo espectáculo infantil es clown, ni todo lo cómico es payaso, aunque se pongan la nariz.
Por eso es importante retornar a la universalidad del humor que tiene el payaso clásico, porque nos ofrece una base sólida sobre la que construir el payaso de hoy. Hay algo en la forma de hacer y estructurar de los clásicos que los hace universales porque, aunque su forma interpretativa ya no responda a las formas y usos actuales, son capaces de llegar a todo el público. Conciliar tradición y futuro pasa por el respeto mutuo y la unión de las formas esenciales de ambos, para crecer, sin renunciar a avanzar con nuestro tiempo y sin cerrarnos a la nueva realidad, tanto social como laboral.
No se puede mirar al futuro sin apoyarse en el pasado y la tradición, sin embargo no podemos prescindir de alimentarnos y adaptarnos a la época y a la realidad en que vivimos para no quedar obsoletos y poder seguir disfrutando y viviendo el arte del payaso.
Revista n 11. segona època. A foc lent. 2014 p.6