Entrevistes Revista n

Un cafè amb… José Manuel de Prada per Helena Cuesta

Un cafè amb… José Manuel de Prada

per Helena Cuesta

HABLANDO DE CUENTOS CON EL FOLKLORISTA JOSE MANUEL DE PRADA-SAMPER

José Manuel de Prada-Samper folklorista, traductor y narrador oral, ha publicado en España 7 libros de cuentos; el último, Cuentos populares de África, en la Editorial Siruela, y la reedición en el 2011 de su libro La niña que creó las estrellas. Cuentos de los bosquimanos / xam, en la editorial Lengua de Trapo.

Su área de trabajo no se centra solo en el continente africano; lo que le fascina es el fenómeno de la necesidad humana de contar, que es universal. Y por eso se siente igualmente a gusto estudiando la tradición de las tierras altas escocesas, Irlanda, Castilla-León, como estudiando las costumbres y cuentos del Pacífico o de los indios Modok de Norteamérica, proyecto este último que tiene en el horizonte desde hace tiempo.

¿Cómo nace ese entusiasmo por el mundo de los cuentos?

Pura curiosidad intelectual, combinada con mi pasión por el escritor Elias Canetti, que en su ensayo La profesión de escritor escribió que le resultaba “imposible considerar el corpus de la tradición que nos sirve de alimento como algo concluido; y aunque pudiera demostrarse que ya no surgirán obras escritas de la misma trascendencia, siempre quedaría la gigantesca reserva de los pueblos primitivos y su tradición oral. Pues en ella son infinitas las metamorfosis […]. Podría emplearse una vida entera en interpretarlas y comprenderlas, y no sería una vida mal empleada. Tribus que a veces constan de unos cuantos centenares de hombres nos han dejado un tesoro que, a decir verdad, no merecemos.” Entonces, como en gran medida sucede todavía ahora, las recomendaciones de Canetti eran para mí casi un mandato, de modo que decidí que a la primera oportunidad, empezaría a adquirir colecciones de relatos de tradición oral. Esa oportunidad se presentó en el verano de 1987, en Cambridge, y quiso la suerte que uno de los primeros libros que cayera en mis manos fuese Specimens of Bushman Folklore de Bleek y Lloyd, en la preciosa primera edición de 1911. Aquellos relatos me subyugaron. Entonces lo ignoraba, pero años más tarde me enteraría de lo importante que ese libro había sido para el propio Canetti.

¿Y qué es lo que te fascinó tanto de esos cuentos bosquimanos?

Las metamorfosis, por supuesto, pero también su extraña y seductora belleza. No exagero al decir que los relatos /xam se pueden contar entre los más bellos que la capacidad fabuladora de los seres humanos haya producido nunca. Contienen imágenes imposibles de olvidar, como la de una sandalia que se transforma en la luna llena, o la de dos cuñados, que luchan en el páramo arrojándose rayos el uno al otro… Son imágenes bastante potentes, sí.

¿Es en torno a imágenes cómo se construyen los cuentos populares?

Por supuesto. Los genuinos relatos tradicionales se articulan en torno a una secuencia de imágenes memorables que no sólo es la clave de su belleza y poder de seducción, sino también de su eficacia como vehículo para transmitir conocimientos y valores.

Pero, ¿cómo mantienen el ritmo de la historia?

La repetición pautada de determinadas frases, y de episodios enteros, es un elemento fundamental de la estética de los cuentos de tradición oral. Como ha argumentado el folklorista estadounidense Harold Scheub, los mejores narradores son aquellos que utilizan este rasgo estético para “manipular” las emociones de sus oyentes y guiarlos en un viaje interior que sólo concluye cuando el recital narrativo termina. O quizá ni siquiera entonces, pues un cuento bien contado y bien escuchado vivirá siempre en el corazón del oyente y lo acompañará toda su vida.

Sin embargo, el cuento no se cuenta solo… ¿qué importancia tiene la voz del narrador que cuenta la historia?

Para la escuela de investigación en la que se inscribe mi trabajo, el narrador lo es todo. Los cuentos no pueden estudiarse como entidades incorpóreas, que flotan en el vacío ajenas a la historia y al contexto social y cultural en el que surgen. El narrador es un artista, un forjador de palabras. Aunque la trama del relato le venga dada por la tradición, los narradores con verdadero talento, aquellos a los que los folkloristas llamamos “portadores activos de la tradición”, son capaces de hacer suyas las historias que cuentan, imprimiendo en ellas su personalidad, sus estados de ánimo, su sabiduría personal, y muchas otras cosas.

Supongo que a través de tu trabajo y en tu vida, te habrás cruzado con muchos narradores, ¿hay alguno que tenga especial significado para ti?

Podría citar a muchos, aunque, como es natural, la primera persona que me viene a la cabeza es Azcaria Prieto de Castro, la narradora leonesa cuya vida investigué hace unos años, y que aparece recogida en el libro El pájaro que canta el bien y el mal: la vida y los cuentos tradicionales de Azcaria Prieto (Madrid: Lengua de Trapo). No la conocí en persona porque falleció más de treinta años antes de que empezara a buscar su memoria, pero llegué a sentirla, y la sigo sintiendo, muy próxima a mí gracias a las historias sobre su vida que compartieron conmigo sus hijos, nietos y vecinos. Sigo teniendo una relación muy estrecha con algunos de sus descendientes, en especial con su nieta, Carmen Herrero.

Los narradores tradicionales tienen momentos especiales para contar historias. ¿Podría ser peligroso contar en el momento inadecuado?

Estas son cosas que varían de cultura en cultura, pero lo más común es contar las historias de noche, alrededor del fuego o en un lugar resguardado. Hay culturas entre las que es común, incluso preceptivo, que tanto el oyente como el narrador estén tumbados. En cuanto a las prohibiciones sobre la época del año o el momento del día en que se pueden contar historias también hay mucha diversidad de opiniones y costumbres. En Norteamérica, por ejemplo, está muy extendido el tabú que impide contar cuentos en verano, porque, se dice, una serpiente puede morderte, o al narrador le pueden salir cuernos, o chepa. Entre los bosquimanos khwe de la zona de Caprivi, en Namibia, se pueden contar cuentos en cualquier época del año, pero sólo de noche. Si alguien desobedece esta prohibición puede perderse en el páramo y morir allí antes de que le encuentren. El motivo del tabú es que hay que respetar a los antepasados, y los personajes que aparecen en los cuentos, la mayor parte personas como Liebre, León, Cocodrilo, que luego se transformaron en animales, son antepasados de los actuales khwe. Los antepasados ayudan a sus descendientes en la caza, y hablar de ellos durante el día es revelar sus secretos.

Ya veo. Los cuentos son la manera en la que los antepasados siguen en contacto con nosotros, pero dinos, ¿no es una perversión escribir esos relatos que fueron creados para ser contados de boca en boca?

La escritura no tiene por qué ser la muerte de la tradición oral, a diferencia de lo que piensa mucha gente. Lo que hay que evitar es que el prestigio de la escritura en las sociedades que la han adoptado más recientemente lleve a pensar que sólo las versiones escritas de los relatos son las “correctas” y “válidas”. No sé ahora, pero hasta hace no tanto había recopiladores que pensaban que al publicar por escrito los cuentos que recogían estaban “fijando” la tradición. Eso es un error, pues lo único que se está haciendo es documentar la tradición en un momento y lugar concretos. La tradición oral es como un río, en el que, como decía Heráclito, nunca puedes introducir la mano dos veces, porque siempre es distinto. Puedes llenar un cántaro con agua del río, pero el río seguirá fluyendo lo que hay en el cántaro no es más que una pequeña fracción del agua que corre.

Revista n 8. segona època. Un cafè amb… 2012. p 6