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Palabras sonoras, por Martha Escudero

Palabras sonoras

por Martha Escudero

Las palabras suenan. Antes de aprender que existen unos signos con los que podemos representar gráficamente los sonidos y que combinados forman palabras, nos familiarizamos con el sonido de las palabras. Incluso antes de saber el nombre de cada signo, de cada letra, sabemos su sonido. La EME es en un principio, mmmm. Y es en este aprendizaje que vamos saltando de sorpresa a desencanto, de conocimiento a decepción.

Cuando era pequeña, mi madre, cada viernes primero de mes, nos reunía a mis hermanos y a mí para la oración mensual. Ella encendía una vela y comenzaba la oración, que ve tú a saber por qué, tenía ritmo de oración, o sea, rapidito. Mis hermanos y yo arrodillados y llenos de devoción contestábamos al ruego: “Ven espíritu santo consolador” –decía mi madre. Y nosotros:

“benymueveloscorasonesquemepuedanacerel bien” (nótese que en México tanto la c como la z suenan como s y que la h, pues no hace falta ponerla porque es muda).

Yo no analizaba mucho lo que estaba diciendo, pero una pregunta me rondaba la cabeza: ¿este Beny que mueve los corazones será el mismo que canta en aquel grupo de rock-and-roll?

Por la misma época, y conforme se iban ampliando mis conocimientos sobre la fauna terrestre, llegué a la conclusión de que las “cebradas” debían ser unos animales parecidos a las cebras, pero que algo tendrían que ver, por ejemplo, con las vacas, porque en mi casa comíamos carne de pollo, de cerdo, de res (o sea de vaca que era mucho más barata que la de ternera) y claro, de cebrada. Además esta carne era el ingrediente principal de uno de mis platillos favoritos: “tortasdecarnedecebrada”.

Cuando comencé la educación formal en la escuela primaria del barrio cada lunes, antes de comenzar las labores, todos los niños y niñas nos formábamos en el patio, por grupos, y entonábamos el himno nacional. La letra de tan insigne canto estaba llena de misterios: ¿qué era un “masiosare”? Y ¿cómo era eso de prestar el acero y también a un bribón?

Ir desvelando misterios y encontrando respuestas, ni buenas ni malas, solo respuestas, es uno de los síntomas del crecimiento y fue así que me enteré que aquel cantante de rock no tenía nada que ver con el bienestar de mi corazón, porque en realidad lo que la letanía decía era “ven y mueve los corazones…”, cosa que me tranquilizó. No así cuando descubrí que la cebrada, aquel exótico y noble animal ¡no existía! Tremenda decepción. Aquellas tortas se reducían a carne de res deshebrada, o sea cocida y deshilada, mezclada con huevo.

El conocimiento de la osadía y de aquella manera tan elegante de hablar llegó después para aclarar que un “masiosare” no era nada especialmente patriótico, solo se refería a aquel verso del himno nacional mexicano, bastante aguerrido por cierto y cuya música escribió un catalán, que dice “más si osare un extraño enemigo”. También se aclaró lo de prestar acero y lo del bribón aquel: “…el acero aprestad y el bridón (que tiene que ver con la nomenclatura de una pieza de artillería).

Aprendía a escribir, leer y pronunciar estas palabras incluso sus significados, pero ¡que bonitas eran las otras! ¡Que sonoridad, que sugerentes!

A veces cuando cuento cuentos a niños y jóvenes, las profesoras o bibliotecarias (vale, hay algunos hombres, pero menos de lo deseable) me han comentado que utilizo palabras que los chicos no entienden.

Recuperar esta historia personal me ha servido para tener la certeza de que si a las escuchas jóvenes llegan palabras nuevas, estas pueden quedar, por su sonoridad, por su intención, guardadas en una parte del recuerdo y que algún día esas palabras florecerán en los labios y en las conciencias del que algún día las escuchó.

Me dedico a decir palabras y tengo el compromiso de escoger las mejores.

Martha Escudero

Revista N. Núm. 6. Primera època. Correu, obriu el correu. Any 2003, p. 28

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