Acercarse a los clásicos de la mano de la narración oral
por Ana Gª-Castellano
“¿Contar a los clásicos? ¿A estas alturas? ¡Tú estás loca!”
He aquí el comentario de un compañero cuando le comenté mi interés por recrear autores clásicos en mis trabajos de narración. En principio no me hizo dudar de mi afán, pero más tarde, yo me repetí la pregunta:
–¿Por qué, a estas alturas, me planteo recrear clásicos? ¿Es realmente una locura? ¿No resulta ingenuo, rayano en lo quijotesco, pensar que a nuestros jóvenes y adolescentes, a la gente de a pie les pueden interesar nuestros clásicos?
En estas disquisiciones me hallaba, cuando vínoseme a la cabeza la enconada discusión que hubieron Fran Vitse y Luciano García Lorenzo en el curso sobre canon estético del Siglo de Oro en El Escorial. Si el primero aseguraba que la situación del Teatro Clásico Español en los escenarios europeos era prometedora, el segundo blandía las escasas representaciones que de Lope, Calderón o Tirso se realizan en los grandes teatros de la vieja Europa.
Mientras la contienda a capa y espada se encarnizaba (afablemente, por supuesto), a mí me dio tiempo de discernir cuál era “mi campo” en aquel duelo improvisado. Se me iba desvelando, como a un Segismundo recién huido de su prisión, qué pintaba yo entre tanta dama mal maridada y tanta honra por lavar.
Para crear un público que demande teatro clásico propio (el shakespeariano nos viene ya bastante publicitado en cintas anglosajonas de toda procedencia y calidad), es necesario formar gustos desde los primeros años, y desde todas las instancias. Es decir, hacer accesibles los clásicos. Y la simple transmisión oral es, creo, un medio privilegiado. Pues si, a la hora de decidirnos a ver una película de cine, por ejemplo, es normal la pregunta: ¿de qué va?. Y sólo cuando alguien nos pone ante los ojos, con palabras convincentes, un argumento, un guión, unos personajes con suficiente poder de seducción, accedemos a verla. ¿Por qué no ha de ser así también con los clásicos?
Y yo me siento atraída por ese papel. El de hacer enamorarse de las obras clásicas a quienes no se han atrevido a asomarse a ellas. Al igual que Otelo enamoró a Desdémona con el relato de los desvelos y trances de su azarosa vida, así, me parece, pueden las palabras del autor entrelazarse en los gestos y la mirada de una narradora, para atraer hacia sí a quien no las conocía.
Se dará, de este modo, el goce de conocer los mundos que imaginaron los autores. Y habrá quién se deje atravesar por el deseo de ver de cerca cuanto se le ha mostrado, como tras una fina muselina.
He aquí el doble papel que un cuentacuentos puede desempeñar en este campo: Un interés per se, en escuchar y dejarse invadir de los paisajes y la historia, y un papel mediador entre los grandes textos y el gran público. (Y no se rasgue nadie las vestiduras, pues en todos los ámbitos el cuentacuentos es aliado de la tan traída y llevada “animación a la lectura”. La puesta en escena, ¿qué es, sino la forma en que alguien leyó una obra).
Recuerdo que en más de una ocasión, al terminar las representaciones de “Cantos y cuentos de Don Quijote”,1 algún/a padre/madre o educador/a, se me han acercado para decirme: ¡Pero si no podíamos suponer que Cervantes les enganchara de este modo! Incluso, recuerdo a la directora de actividades Culturales del Instituto Cervantes de Bruselas, que, tras la representación que de la misma obra hicimos para los niños, me confesó: “Ciertamente, no pensé que fueras capaz de tenerlos interesados con Cervantes más de diez minutos”… ¡Ah, nuestra falta de confianza en nuestros clásicos! En Cervantes, en Lope o en Calderón, y antes, en Don Juan Manuel el arcipreste de Hita o Fernando de Rojas … Y hay que confiar en ellos porque están vivos.
Y el hecho de contar (como ha de serlo igualmente el teatro), no es sino el arte de traer la vida ante quien lo mira (así me lo definió hace muchos años, en la barra de un bar, un actor–narrador llamado Dario Fo). “Contar –dice el gran narrador Pep Durán– es abrir ventanas para asomarse a uno mismo”. Si los clásicos lo son, es por la vigencia de sus ideas más allá del tiempo. Es decir, porque siguen vivos por encima de corrientes y de ideologías. Porque abren ventanas que se asoman al alma.
Yo, hace años que me voy confirmando en el papel de narradora, bululú, (o ñaque, cuando va acompañado de música) cuentacuentos, o como bien quiera darse en llamar, (pues sobre la cuestión del término ya tendremos tiempo de escribir un largo largo y tendido).
Como decía al principio, abrazo (cual si de una “fe” nueva e inveterada se tratase) el destino de mediadora, de “INSTIGADORA” que tiene la narración de clásicos. Si no les descubrimos a los más jóvenes cuanto contaban, dentro de sus Médicos de honras, de sus “Fuenteovejunas”, de sus Vidas y sus sueños, de sus Marcelas y sus Sanchos, de sus Patronios, Melibeas o Endrinas, aquellos observadores y delatores de vicios y virtudes de su tiempo, no podemos esperar que corran a las butacas del Teatro de la Comedia, dejando a un lado las más tentadores y ociosas evasiones del zapping o la videoconsola.
Y sé que nada hay de nuevo en lo que digo. Simplemente, las fuentes retornan a las fuentes. Pues, tanto Timoneda, Cervantes, Lope o Calderón bebieron de los cuentos populares, de las fablillas que corrían de boca en boca, o que se hallaban ya recogidas en El Libro de Buen Amor, o en el Calila y Dimna. De muchas de ellas arrancaron “El dragoncillo”, o “La vida es sueño” (No es necesario recordar la leyenda de Sidharta, de la que se nutre Segismundo)
Justo es que hoy, cuando la narración oral renace (la razón de por qué esto ocurre sería, per se, materia de un largo ensayo), las obras clásicas vayan de boca en boca, donde tuvieron su origen…
Esta convicción me ha llevado este año a crear un pequeño divertimento bufonesco, –¿se me permitiría llamarlo esperpéntico, con anacrónica licencia?– a partir de El Libro de Buen Amor, al que subtitulé “Oficio de Narración de Trotacuentos” Cuando empecé a crearlo, junto con las componentes del grupo La Fabla Tumbal, me decía que era fatuo e inútil. Elegir los textos, darles un encuadre que ofreciera la realidad del autor y su época, se me hacía pretenciosa empresa, máxime si mi deseo era llegar al público adolescente.
El ir articulando el guión y las narraciones con las músicas que, al alimón iban escogiendo Beatriz, Virginia y Susana, fue dando nuevas luces al trabajo que nos habíamos propuesto.
La prueba de fuego fue una primera puesta en escena en “La Flauta mágica”, local nocturno donde se congrega un buen número de gente joven adepta a los cuentos, la noche de los viernes. La acogida fue inesperadamente calurosa. En las siguientes representaciones, en el salón de actos del Instituto Leonardo da Vinci de Madrid, la multitudinaria y entusiasta respuesta del alumnado de ESO y COU, vino a confirmarnos que Don Juan Ruiz sigue vivo. Los silencios y las risas, los comentarios posteriores, la participación de los jóvenes en las alusiones directas, eran pruebas evidentes de que “El Libro de Buen Amor no es tan muermo, colega”.
Que este Oficio de Narración de Trotacuentos viajara este año al Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro es evidencia de que, los que bien aman el Teatro Clásico están dispuestos a apostar por la narración oral en sus espacios. Así, la dirección del Festival (en su momento Amaya de Miguel, y en la actualidad Luciano García Lorenzo) han ido incluyendo en su programa espectáculos de narración. Gracias a ello, hemos podido escuchar cuentos de Bocaccio por Ernesto Rodríguez Abad, o de la tradición anglosajona, narrados por Tim y Casilda. O, hemos llegado a presenciar el hermanamiento entre la poesía de Lope y de los más melancólicos boleros de Bobi Capó… Que historias son de desamores todas ellas.
Y así, en este casorio entre narración y texto clásico, tome cada cual la parte que le corresponda, y en lo que a mí toca, tendré como de molde los advertimentos que sobre el oficio hacía Joan de Timoneda:
“Tú, trabajador, pues no velas, yo te desvelaré con algunos graciosos y aseados cuentos, con tal que los sepas contar como aquí van relatados, para que no pierdan aquel asiento ilustre y gracia con que fueron compuestos”.2
Ana Gª-Castellano (Escritora y narradora)
1. “Cantos y cuentos de Don Quijote” es un espectáculo de narración oral sobre la obra de Cervantes, que, al estilo del ñaque, cuenta con una narradora y un músico (música, en este caso).
2. Joan de Timoneda. “El Patrañuelo”. Ed. de Mª Pilar Cuartero Sancho. Espasa Calpe, 1990
Revista N. Núm. 3. Primera època. Correu, obriu el correu. Any 2001, pp. 20-22